Como una limosna me entregas instantes de tu presencia que me arrancan mil sonrisas ciegas. Y esos ojos ya no se tropiezan ni tiemblan cuando estoy cerca, no. Ahora bostezan y se van no importa dónde.
Aquí me ves, quemando margaritas a tus pies, con la lengua ardiendo y mi alma a la sombra de un ciprés. Y tú, con tu boca en cualquier bar de copas regalando besos, bebiendo la copa... ¿no ves mi derrota?
Pero si hay que jugar, pues se juega.
jueves, 26 de marzo de 2009
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Es imposible intentar leer esto con la mierda de música rallante con la que me estás taladrando.
ResponderEliminarAsí que ya volveré a visitarte.